viernes, 1 de mayo de 2015

La calle, escuela musical

La llegada del buen tiempo genera una explosión de músicos callejeros que llenan las grandes ciudades de ritmo y colorido


Músico callejero tocando en el metro. / Fotografía: Sara Dubois (2009)


El pasado viernes 20 de marzo llegaba a España la primavera y, con ella, lo hacía todo un conjunto de artistas y músicos callejeros que no dejan de ser parte activa de ese panorama emergente propio de las grandes ciudades. No son pocos los músicos que crecieron y se hicieron populares en las esquinas, los bordillos o los soportales de ciudades tan expresivas como Nueva York o Madrid. Bob Dylan es un perfecto ejemplo de ello. Sin embargo, a lo largo de los últimos años, el mundo de la música callejera ha cambiado –como lo han hecho otras tantas cosas– y no precisamente a mejor. ¿Está cayendo esta forma de arte en el olvido en España? Es difícil dar una respuesta concreta, pero lo que sí está claro es que son muchos los aspectos que han dejado de ser lo que eran.

La música callejera ha sido, desde su nacimiento, una forma diferente de entender el arte emergente que carecía de medios para hacerse un hueco de otro modo que no fuese juntando la voluntad, las ganas y, en muchos casos, el talento en un escenario tan pintoresco como abarrotado y que podía ir desde las transitadas plazas hasta las largas avenidas de las ciudades, sin olvidar los trenes, el metro o los parques. La esencia de esta actividad, enormemente impregnada de un halo de bohemia, no era otra que el placer que proporciona coger un instrumento y buscar la autorrealización teniendo por escenario todo un ir y venir de callejones. ¿El público? Quien guste de escuchar. En otras palabras, tocar por gusto y pasión. De este sentido inicial queda hoy en día muy poco. La crisis económica latente desde el año 2008 ha accionado el resorte de la necesidad y, con este fenómeno, la música callejera ha perdido gran parte de su encanto.


  
Monedas recaudadas a pie de calle. / Fotografía: Sara Dubois (2009)
   
                                   
Por otro lado, el sentido de libertad que busca quien ve en la calle su escenario principal queda automáticamente anulado con las numerosas sanciones e impedimentos que enfrenta la música callejera. En Madrid –aunque no sólo en la capital– está prohibido, desde septiembre del año 2012, tocar un instrumento sin una autorización previa, aspecto del todo impensable hasta ese momento en una ciudad que, más allá de la percusión y la megafonía –cuyas actuaciones sí requerían permiso por parte del ayuntamiento–, ha destacado siempre por la riqueza cultural que respiraba. Las audiciones obligadas en forma de casting que todo aquél que desee tocar en la calle debe superar o la limitación temporal de las actuaciones musicales son otras de las trabas de las que distintas asociaciones de músicos y artistas individuales se han quejado en más de una ocasión.

La espontaneidad y la magia tienden a desaparecer, la cultura se acota dentro de un marco siempre reducido para su enorme caudal creativo y salir a la calle con una guitarra se ha convertido en toda una odisea para aquellos que, con su música y su tiempo, buscan dar a las ciudades un toque de colorido que, cada año, pierde un poco más su brillo.


Músico tocando el acordeón en una calle de la ciudad. /


Violinista en la Calle Santiago (Valladolid). / Óscar San José Herrero



Óscar San José Herrero

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